lunes, 26 de septiembre de 2005

FRANCISCO SALAMONE

La inmensidad de la pampa siempre se impuso sobre los hombres que la habitaron.
Los indios Pampas no conseguían quedarse quietos en ella. La ausencia de montañas acentuaba su desnudez y su inquietud: poco duraban en cada lugar. A poco de llegar sentían que tenían que irse... y nada los detenía. Ni un gran río, ni un desierto, ni quebradas.
Nunca consiguieron asentarse lo suficiente para hacer un pueblo. Todo en ellos era transitorio.
El silencio que los rodeaba apenas era quebrado por algunos pájaros extraños que, casi sin árboles para anidar, lo hacían en el suelo o al borde de las lagunas.
Por eso aprendieron a gritar. Ululaban para sentirse vivos.
El español sintió lo mismo. Pudo entender las sierras de Córdoba, la selva Misionera, los Andes o la Puna. Pero la pampa le resultó inentendible.
Los indios enseguida supieron de esta incertidumbre hispánica y como incomprendidos amigos les hicieron oposición y guerra para que no les faltara el idioma que sí comprendían. Al tener que pelear con los indios los españoles encontraron el límite que la pampa no tenía.
Pero llegó el día en que toda esa tierra estuvo relativamente bajo el orden de los conquistadores y sus descendientes.
La inquietud persistía. Quisieron convertirla en algo racional y fundaron pueblos y ciudades, todas iguales en kilómetros y kilómetros a la redonda. Todas con calles cuadriculadas, todas con plaza en el centro, todas con iglesia católica frente a la plaza, con intendencia también frente a la plaza.
Fracasaron en hacer algo distinto. La homogeneidad de la pampa impuso una vez mas su ley y todos los pueblos resultaron el mismo.
Algo había que hacer para quebrar esto.
El primer hallazgo fue el eucalipto. Traido del otro lado del mundo su altura imponente resultó un primer freno al orgullo de la planicie. Esta fué una iniciativa de Sarmiento.
El logro definitivo fué Francisco Salamone.
¿Qué hacer para darle identidad a esos pueblos?
¿Qué clavarle a la pampa para que perdiera su monotonía?
Salamone lo encontró:
Para la chatura, torres esbeltas, visibles desde kilómetros.
Para la sensación de mar: barcos. Que no otra cosa son algunos de los edificios como la Municipalidad de Guaminí.
Para la monotonía y tedio: modernidad. Diseños salidos de "Metrópolis" de Fritz Lang aplicados a mataderos y cementerios.
¿Son bellos?
Decididamente no.
Y este es el principal hallazgo: sus obras inquietan. No es posible abarcarlas o entenderlas. En todas las ciudades hay algo especial entre los habitantes y los edificios de Salamone. Algunos los odian y han tratado de convertirlos en otra cosa (una modesta iglesia en el matadero de Balcarce), otros las ignoran aunque sea lo primero que se vea al ingresar al pueblo (el estupendo matadero de Guaminí).